Y no odio a los hombres, tampoco a las mujeres. Simplemente pertenezco a un colectivo que dicta de la única diferencia que tiene esta maldita sociedad entre los géneros: Nosotras putas y ellos unos cabronazos. Como si hubiese que asumirlo sin levantar cabeza, sin replicar. No me da la gana asumir que si me acuesto con un tío que me ha devuelto la sonrisa en un concierto tenga que ser una zorra, y tampoco me da la gana asumir que si el novio de mi mejor amiga la ha dejado porque es una histérica que lleva meses sin entonar un 'te quiero', a favor de otra que deje de pensar en sí misma y sepa amar a los demás, sea un cabronazo. No me da la gana asumir ciertas cosas solo porque la muchedumbre esté acostumbrada a eso. No soy de amigos de toda la vida, ni de echar de menos mi país, ni mi casa, ni una maldita bandera. Me da igual que no lo entiendan. No necesito nadie que me diga lo guapa que estoy cuando llevo tres días sin dormir, ni necesito cenas carísimas, ni anillos, ni ningún tipo de regalo. Me aterran ese tipo de rutinas. Adoro la fugacidad del momento en que un desconocido te viola hasta el alma, porque es en ese justo instante en el que cobra sentido su nombre, cuando te llena también por dentro, de frases, de sonrisas, de miradas, de vida. Y si tengo que volver a caer cien veces más porque me agobio tanto que necesito huir, o si alguno de ellos tiene que salir corriendo porque le aterran mis versos, lo haré; caeré, y lloraré, y me enfadaré. Pero siempre volveré arriba. A reinventarme para poder volver a empezar, engañándome o no, a excitarme con todas las pequeñas cosas que hacen que la vida cobre sentido.
martes, 24 de abril de 2012
Retumbando en mi cabeza en pleno siglo XXI.
Ya no importa que se enamoren locamente y me dejen a favor de una más normalita. Yo tampoco sería capaz de soportarme, si es lo que quieres saber. Y sí, me importa una mierda lo que ellos hagan. La mayoría no saben una mierda sobre las heridas, ni sabes acabar de lamer con el suficiente tacto como para que ésta cicatrice definitivamente. Porque debería importarme. Y sí, claro que he amado más de 365 días, y no me he podido quitar a alguien de la cabeza, ni he podido comer, ni dormir, y me he drogado y salido a la calle para sentirme menos inútil. Yo a eso le llamo sentir, sentir el límite de cada exceso.
Y no odio a los hombres, tampoco a las mujeres. Simplemente pertenezco a un colectivo que dicta de la única diferencia que tiene esta maldita sociedad entre los géneros: Nosotras putas y ellos unos cabronazos. Como si hubiese que asumirlo sin levantar cabeza, sin replicar. No me da la gana asumir que si me acuesto con un tío que me ha devuelto la sonrisa en un concierto tenga que ser una zorra, y tampoco me da la gana asumir que si el novio de mi mejor amiga la ha dejado porque es una histérica que lleva meses sin entonar un 'te quiero', a favor de otra que deje de pensar en sí misma y sepa amar a los demás, sea un cabronazo. No me da la gana asumir ciertas cosas solo porque la muchedumbre esté acostumbrada a eso. No soy de amigos de toda la vida, ni de echar de menos mi país, ni mi casa, ni una maldita bandera. Me da igual que no lo entiendan. No necesito nadie que me diga lo guapa que estoy cuando llevo tres días sin dormir, ni necesito cenas carísimas, ni anillos, ni ningún tipo de regalo. Me aterran ese tipo de rutinas. Adoro la fugacidad del momento en que un desconocido te viola hasta el alma, porque es en ese justo instante en el que cobra sentido su nombre, cuando te llena también por dentro, de frases, de sonrisas, de miradas, de vida. Y si tengo que volver a caer cien veces más porque me agobio tanto que necesito huir, o si alguno de ellos tiene que salir corriendo porque le aterran mis versos, lo haré; caeré, y lloraré, y me enfadaré. Pero siempre volveré arriba. A reinventarme para poder volver a empezar, engañándome o no, a excitarme con todas las pequeñas cosas que hacen que la vida cobre sentido.
Y no odio a los hombres, tampoco a las mujeres. Simplemente pertenezco a un colectivo que dicta de la única diferencia que tiene esta maldita sociedad entre los géneros: Nosotras putas y ellos unos cabronazos. Como si hubiese que asumirlo sin levantar cabeza, sin replicar. No me da la gana asumir que si me acuesto con un tío que me ha devuelto la sonrisa en un concierto tenga que ser una zorra, y tampoco me da la gana asumir que si el novio de mi mejor amiga la ha dejado porque es una histérica que lleva meses sin entonar un 'te quiero', a favor de otra que deje de pensar en sí misma y sepa amar a los demás, sea un cabronazo. No me da la gana asumir ciertas cosas solo porque la muchedumbre esté acostumbrada a eso. No soy de amigos de toda la vida, ni de echar de menos mi país, ni mi casa, ni una maldita bandera. Me da igual que no lo entiendan. No necesito nadie que me diga lo guapa que estoy cuando llevo tres días sin dormir, ni necesito cenas carísimas, ni anillos, ni ningún tipo de regalo. Me aterran ese tipo de rutinas. Adoro la fugacidad del momento en que un desconocido te viola hasta el alma, porque es en ese justo instante en el que cobra sentido su nombre, cuando te llena también por dentro, de frases, de sonrisas, de miradas, de vida. Y si tengo que volver a caer cien veces más porque me agobio tanto que necesito huir, o si alguno de ellos tiene que salir corriendo porque le aterran mis versos, lo haré; caeré, y lloraré, y me enfadaré. Pero siempre volveré arriba. A reinventarme para poder volver a empezar, engañándome o no, a excitarme con todas las pequeñas cosas que hacen que la vida cobre sentido.
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