martes, 24 de abril de 2012

Retumbando en mi cabeza en pleno siglo XXI.

Ya no importa que se enamoren locamente y me dejen a favor de una más normalita. Yo tampoco sería capaz de soportarme, si es lo que quieres saber. Y sí, me importa una mierda lo que ellos hagan. La mayoría no saben una mierda sobre las heridas, ni sabes acabar de lamer con el suficiente tacto como para que ésta cicatrice definitivamente. Porque debería importarme. Y sí, claro que he amado más de 365 días, y no me he podido quitar a alguien de la cabeza, ni he podido comer, ni dormir, y me he drogado y salido a la calle para sentirme menos inútil. Yo a eso le llamo sentir, sentir el límite de cada exceso.
Y no odio a los hombres, tampoco a las mujeres. Simplemente pertenezco a un colectivo que dicta de la única diferencia que tiene esta maldita sociedad entre los géneros: Nosotras putas y ellos unos cabronazos. Como si hubiese que asumirlo sin levantar cabeza, sin replicar. No me da la gana asumir que si me acuesto con un tío que me ha devuelto la sonrisa en un concierto tenga que ser una zorra, y tampoco me da la gana asumir que si el novio de mi mejor amiga la ha dejado porque es una histérica que lleva meses sin entonar un 'te quiero', a favor de otra que deje de pensar en sí misma y sepa amar a los demás, sea un cabronazo. No me da la gana asumir ciertas cosas solo porque la muchedumbre esté acostumbrada a eso. No soy de amigos de toda la vida, ni de echar de menos mi país, ni mi casa, ni una maldita bandera. Me da igual que no lo entiendan. No necesito nadie que me diga lo guapa que estoy cuando llevo tres días sin dormir, ni necesito cenas carísimas, ni anillos, ni ningún tipo de regalo. Me aterran ese tipo de rutinas. Adoro la fugacidad del momento en que un desconocido te viola hasta el alma, porque es en ese justo instante en el que cobra sentido su nombre, cuando te llena también por dentro, de frases, de sonrisas, de miradas, de vida. Y si tengo que volver a caer cien veces más porque me agobio tanto que necesito huir, o si alguno de ellos tiene que salir corriendo porque le aterran mis versos, lo haré; caeré, y lloraré, y me enfadaré. Pero siempre volveré arriba. A reinventarme para poder volver a empezar, engañándome o no, a excitarme con todas las pequeñas cosas que hacen que la vida cobre sentido.

martes, 3 de abril de 2012

Good night, moon.


Si algo bueno tiene el ser humano es que se adapta todo. Supera el dolor, cierra historias, empieza de nuevo, olvida, hasta consigue sofocar las más grandes pasiones. Pero a veces basta con nada para comprender que esa puerta nunca se cerró con llave. ¿Miedo? ¿Miedo a qué? Miedo a amar. Miedo a sentirme esclavizada por una relación asfixiante. A la vez, pienso, ¿qué puede haber más hermoso? Con lo bonito que es entregarse a la otra persona, confiar en ella y no pensar nada más que en verla sonreír. El amor más hermoso es un cálculo equivocado, una excepción que confirma la regla, aquello para lo que siempre había utilizado la palabra "nunca". Qué tengo que ver yo con tu pasado, solo era una loca variable en tu vida. Pero no voy a convencerte de ello. El amor no es sabiduría, es locura... Y necesito olvidar todo lo que ocurrió en años pasados. ¿Y todo esto lo puede decir un beso? Depende de lo ligeros que sean los labios que lo reciben.
El amor se halla en esas pocas líneas. El amor tal y como lo querría ella y ya no tiene. O quizá no ha tenido nunca. Porque el amor no es, ni puede ser simple afecto. No se trata de costumbre o amabilidad. El amor es el corazón que late a dos mil por hora, la luz que surge de noche en pleno atardecer, las ganas de despertarse por la mañana para solo mirarle a los ojos. El amor, esa palabra "distante" que no quiero oír ni al lejos y que me hace comprender que es hora de cambiar.
Él. Recuerdo momentos pasados en su compañía, las cosas que nos decíamos, todo. Pero no sabíamos hablar. No estábamos hechos el uno para el otro. Y hay recuerdos que carecen de sentido compartir, ni siquiera con un amigo. Aunque hagan daño. Aunque resulten dolorosos. Podría decirse que, en el amor, el dolor es proporcional a la belleza de la historia que has vivido.
Hace tiempo que dejó de haber alegría. No había estremecimiento. No había nada. Silencio. Miedo. Oscuridad. Y me echaba a llorar con rabia. Lloraba porque no sentía lo que me gustaría sentir. Era mucho el daño causado a esas alturas. Y lloraba porque a veces no tienes culpa, y no quisiera hacer daño a nadie, pero me sentía desagradecida en cierta parte. Preguntas, demasiadas preguntas para ocultar la única verdad que ya conoce. Pero otra cosa es admitirla. Admitirla significa doblar en la próxima esquina y coger otro camino. Cosa que ella no quería... Y luego se busca. Se mira en el espejo. Pero no se encuentra. Es otra. Y piensa en ese final que le falta y que siempre le ha faltado. Ese final que ha buscado como una respuesta que no tenía valor ni para plantearse si quiera a sí misma. Ese final a lo mejor ha llegado. Los días pasan lentos, uno tras otro, sin que sean diferentes. Esos días extraños que uno no recuerda ni la fecha. Cuando por un instante te das cuenta de que no estás viviendo. Muchísimo peor. Estás sobreviviendo. Pero ya es demasiado tarde, o eso crees...
Tengo la impresión de que mi vida resulta incierta, con el riesgo, la certeza casi, de que todo se muera. Y sin embargo, en este momento soy feliz. Después de todo lo que me gusta es hablar de cosas inútiles, idiota pero livianas, hermosas, que carecen de final, que no sirven para nada, que no tienen que significar algo por fuerza, pero que hacen que me de cuenta de que valgo más de lo que muchos pensaban de mí. Y sí, debo darle las gracias. Las gracias porque ahora sé quien soy, y no hay nada que me pare.